Al igual que en Melbourne el acceso por autopista a Brisbane tiene peajes que no se pagan en caseta, sino por Internet en los 3 posteriores a su utilización, o bien dándose de alta en la web por un periodo de tiempo. Por cierto, hasta ayer, Abertis tuvo opciones de adjudicarse estas concesiones, pero Transurban pujó más fuerte, a juicio de muchos por encima de su valor, aunque el tráfico crece al 17 % y así sus ingresos.
Algunas empresas de alquiler tienen acuerdos para cargar automáticamente los consumos a sus clientes, pero en mi caso me di de alta al llegar pues solicitan el número de matrícula. No es excesivamente caro para los estándares del país, ahorra tiempo, pues algunos tramos son muy escarpados y evitas problemas o la preocupación de meterte por error en alguna vía de peaje como todavía me sigue ocurriendo alguna vez en Melbourne.
Brisbane cuenta con una Esplanada junto al río que permite bañarse junto a las gullas y tomarse algo en los chiringuitos próximos del Southbank y volver dando un paseo hasta el museo de Queensland que a mi juicio es un batiburrillo de cosas de diferente valor según el espectador.
A la otra orilla, se puede pasear en la zona peatonal del Queen Street mall (que queda desierto fuera de horario comercial, como en todas las ciudades australianas) o seguir por el río para bajar hasta el Parlamento o los jardines botánicos.
Y para terminar el viaje, subimos por el Sunshine Coast que ofrece un paisaje más típico de Australia, con playas más desiertas y más tranquilidad, y más cuanto más al norte, hasta llegar a Noosa. Un paraíso con puerto recreativo, paseos junto al mar y un parque natural que cuesta un poco encontrar, pero que permite acceder a unas playas desiertas y un bosque al pie de la playa a explorar a pie, porque el acceso en coche está prohibido, así como las barbacoas que no están disponibles una vez traspasada la entrada principal al parque natural.
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